Hace un rato, en facebook, he encontrado un post del escritor Julian Herbert, en que se sorprendía que más personas se lamentaran de la muerte del periodista de 87 años que del escritor de la Onda, Gustavo Sainz. A eso se deben sumar los comentarios que el post recibió, en el que se le da la razón al escritor y sin faltar aquellos en que se infieran cosas como "perdónalos señor, no saben de lo que hablan", "¡ay, patria mía, no me mereces!", "déjalos, tesoro, no te juntes con esa chusma" y toda esa clase de comentarios que marcan una división mental entre los que razonamos (aquellos que lamentamos la pérdida de Gustavo) y los que no razonamos (los que lamentamos la muerte de Jacobo) como si ambas posturas fuesen irreconciliables (como hace aproximadamente un año se hacía entre los que leen (nuevamente) y aquellos que disfrutaban el mundial. Por esto y varias razones más, me he dado a la tarea de hacer una pequeña comparación de por qué no debe condenarse a la mayoría nacional por lamentar el deceso de Zabludovsky.
1.-Jacobo Zabludovsky, con una carrera de medio siglo en el medio de las noticias, fue una cara que mi generación, la de mis padres y la de mis abuelos conocieron y con quien probablemente se informaban del acontecer nacional (aún recuerdo ver su noticiero a mis escasos 6 o 7 años debido al aprecio que le tenía a su intro). Si bien, de don Jacobo se ha dicho que contribuyó a la desinformación nacional, el hecho es que esa crítica se hace desde la óptica del hoy, sin tener en cuenta que en el régimen de La Dictadura Perfecta no se podía hacer lo que ahora se le reclama no haber hecho: levantar la voz contra el estado, ya que no habían esos materiales que ahora se poseen, en el que incluso una legión de idiotas puede opinar.
2.-Gustavo Sainz es un escritor de la Literatura de la Onda, una corriente de la literatura netamente nacional que se encontró entre dos movimientos mayores, el Boom y el Crack, escuela que ni en sus tiempos y ni siquiera ahora ha tenido el realce que indudablemente merece, llena de ediciones únicas y de un campo de distribución que difícilmente superaría el D.F. y su área metropolitana. En pocas palabras, es un autor que, si el mexicano promedio leyera digamos, 26 libros al año (uno casi dos semanas), tendría muy pocas posibilidades de ser leído entre las múltiples opciones de libros de las múltiples naciones del mundo de las múltiples eras de la historia.
A esto debe de añadirse que la noticia de la muerte de Sainz tuvo un retraso de, quizá, medio día con respecto de la muerte de Zabludovsky, con la que México amaneció, por lo que más que pensar en el que lamentó la muerte de don 24 horas como un retrasado o un traidor a la libertad de expresión, debe verse como alguien que quizá se despida de una persona que lo acompañó durante 10, 20 o 50 años, alguien que lamenta la muerte de uno de los pioneros de los noticieros o alguien que los hace por mero protocolo nacional.